Suelo
decir a mis pacientes que las palabras las carga el diablo. Quiero con ello dar
a entender que nuestras actitudes y nuestros estados de ánimo están sostenidos
por diálogos internos de los que muchas veces no somos conscientes y que nos
juegan malas pasadas. Por eso digo que las carga el diablo, porque nos engañan
y nos llevan a donde no queremos.
Y un
ejemplo de esto es el término alcohólico, o la palabra alcoholismo.
Por
razones muy diversas, que no vale la pena detallar en estos momentos, estas
palabras se han llenado de un significado peyorativo para la mayoría de las
personas. Es algo cercano un insulto decir que alguien conocido es alcohólico,
o que ha caído en el alcoholismo.
Es
curioso, por un lado, porque nadie se ofende por que le llamen hipertenso,
diabético o por que le digan que sufre de colesterol, en cambio, casi todo el
mundo ve de muy mal gusto tildar de alcohólica a una persona, y mucho menos
aplicarse el término a uno mismo.
En mi
experiencia, solo las personas que han conseguido la sobriedad gracias a la
ayuda de Alcohólicos Anónimos, o a través de asociaciones de Alcohólicos
Rehabilitados, usan el término con naturalidad refiriéndose a si mismas sin la
carga negativa que tiene para la gente común. Pero son una minoría.
El
término alcohólico se equipara a vicioso, vago, maleante, a persona de moral
dudosa, a alguien de quién queremos alejarnos lo antes posible. Asociamos el
término con un vagabundo bebiendo un cartón de vino en el banco del parque, o a
un sujeto que de la mañana a la noche vive pegado a una copa, incapaz de llevar
una vida de persona decente y responsable. Y no digamos nada de lo que nos
viene a la mente si pensamos en una mujer alcohólica.
Este
conjunto tan negativo de asociaciones de ideas hace que rechacemos de plano
cualquier posibilidad de parecernos a seres tan despreciables, aunque nuestro
comportamiento, o el de alguien cercano a nosotros, esté dentro de los
parámetros de la enfermedad adicitiva, tal como la define la ciencia médica y
psicológica , y como explicamos en las primeras entradas de este blog.
Esta es
una de las primeras barreras que hay que superar para poder entrar en el camino
de la superación de la adicción. Aceptar que uno tiene un problema, una
enfermedad, física, psíquica y del alma, que le ha llevado a perder
progresivamente su libertad, su capacidad de actuar como un ser humano completo
y que le lleva progresivamente a consecuencias cada vez peores, a menos que se
ponga remedio a tiempo.
Pero
tampoco creo necesario luchar contra molinos de viento y forzar a nadie a
aplicarse a si mismo un término tan cargado de negatividad, injustamente, pero
así es, de modo que prefiero evitarlo con mis pacientes y hablar en cambio de
adicción, de enfermedad adictiva, de aprender a vivir sin alcohol y sin
adicciones, que es realmente la esencia del objetivo terapéutico.
Ojalá
algún día, hablar de estos temas sea tan natural como hablar del colesterol, de
la diabetes o de la presbicia, y que la sociedad entienda la adicción como una
enfermedad más, que necesita de un tratamiento adecuado y profesional, no solo
de buenas intenciones y de fuerza de voluntad.
Bernardo
Ruiz Victoria
Psicólogo
Clínico
www.programavictoria.com
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