Hace unos días me preguntó la
madre de un hijo de dos años que a qué edad debe empezar a hablarle de las
drogas para prevenir que tenga problemas en el futuro.
De entrada se sorprendió
cuando le dije que ya debía haber empezado. - ¿Pero no es muy pequeño para
hablarle de esas cosas? – me dijo -. No, contesté. Tal vez sea muy pequeño para
entender un sesudo discurso sobre los efectos perjudiciales de las drogas y el
alcohol sobre la salud, pero no es pequeño para observar un comportamiento correcto
y poco a poco interiorizarlo.
El ejemplo es el mejor
lenguaje que podemos utilizar con nuestros hijos para enseñarles a llevar una
vida sana en todos los sentidos, y especialmente en lo relativo al consumo de
sustancias adictivas.
Y eso nos lleva a
cuestionarnos nuestras propias actitudes y comportamientos al respecto. Por
ejemplo: ¿no es cierto que solemos reír la gracia a las personas que se
embriagan en una fiesta familiar y se ponen a hacer cosas que resultan
graciosas para la concurrencia? Pues al hacer eso estamos transmitiendo a
nuestros hijos que emborracharse es algo divertido, que hace disfrutar a los
demás y que es aceptado e incluso celebrado por todos.
Si exponemos a nuestros hijos
a este tipo de conducta, sin ningún elemento de crítica o de alusión al riesgo
que supone para la salud o el bienestar del protagonista del episodio etílico,
sin aprovechar la ocasión para hacer ver la diferencia entre un consumo
moderado y el cambio de comportamiento que produce el abuso, etc. estamos
perdiendo autoridad para en un futuro pretender que no se emborrachen o se
coloquen con otro tipo de sustancias cuando salgan a divertirse con sus amigos.
La asociación entre diversión
y abuso de alcohol, o de otras drogas, es muy peligrosa para la mente
adolescente, ya que lleva a muchos jóvenes a pensar que no es posible pasarlo
bien si no hay consumo de algo que le haga a uno sentir mejor de modo
artificial. Esta es una de las causas de problemas serios de adicción en muchos
jóvenes expuestos al consumo de todo tipo de sustancias adictivas en sus
salidas debido, sobre todo, a que tienen en su mente esa idea. Para divertirse
hay que tomar algo.
Lo malo es que los padres, y
en general los adultos, somos los que muchas veces fomentamos estas actitudes
con nuestro propio comportamiento, con nuestros comentarios, o con la falta de
ellos.
¿No te parece que es un tema
para pensar?
Bernardo
Ruiz Victoria
Psicólogo
Clínico
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