Cuando una persona ha desarrollado la enfermedad adictiva, tambien
llamada alcoholismo, se encuentra muchas veces frente al hecho de que ha
perdido la capacidad de mantener su consumo de alcohol dentro de unos límites
razonables de moderación.
Esta es precisamente una de las características esenciales de la
adicción, la dificultad creciente de parar de beber una vez que se ha empezado.
El sujeto se da una razón más o menos "justificada" para tomar
ese primer trago:
Es un evento social ...
Todo el mundo bebe ...
Solo voy a tomar una y me marcho en seguida a casa ...
He tenido un día horrible y necesito un trago para calmarme ...
Pero después del primero empieza a sentir un deseo creciente de tomar
otro, y cuando lo hace, de seguir con otro más ... y así hasta la
"penúltima", porque ya sabemos que a la última no llegamos nunca.
A veces solo para uno de beber cuando ya no puede más, cuando físicamente
es incapaz de seguir tomando.
Cuando una persona adicta consigue liberarse por fin de su dependencia y
dejar de beber, debe de tener clarísimo que su problema solo desaparece si se
mantiene sin beber. No es cuestión de más o menos cantidad. Es cuestión de no
beber nada.
Una copa es demasiado, porque rompe la abstinencia, porque uno no puede
seguir considerándose a si mismo como abstemio si se ha tomado ya una copa, y
esa contradicción desencadena una cadena de justificaciones y falsas excusas
que motivan a una segunda, y una tercera...
Entonces es cuando el efecto químico del alcohol activa ciertos
mecanismos cerebrales que aumentan aún más el deseo de beber y llevan al
consumo repetitivo y a veces compulsivo. Ahí es donde se ve que cien copas no
son suficientes, porque una vez que la bola de nieve se pone a rodar ya no hay
quién la pare. Hasta que estalla al tropezar con un árbol.
Bernardo Ruiz Victoria
Psicólogo Clínico
www.programavictoria.com
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