En
estos últimos días las noticias más repetidas son las relativas a la muerte de
cuatro jóvenes muchachas en una macrofiesta de Halloween en Madrid.
También
en Marbella, la ciudad en la que resido, ha habido un caso de un joven herido por apuñalamiento en el curso de la misma noche, así como más de 50 llamadas a
los servicios de emergencia médica por intoxicaciones etílicas de jóvenes que
estaban "celebrando" esta fiesta foránea que se nos ha ido colando
poco a poco al amparo de las películas y de la televisión.
No es
que en España hagan falta motivos especiales para hacer una fiesta, pero si
éramos pocos, a las tradicionales celebraciones hispanas añadimos con gusto
otras que vienen de otras procedencias culturales. El caso es que en España,
fiesta es casi sinónimo de abuso de alcohol, y si hablamos de jóvenes, no solo
de alcohol sino también de otras drogas.
A pesar
de que año tras año se repiten tragedias más o menos sonoras en las que siempre
están presentes los mismos ingredientes: multitudes de jóvenes concentrados en
uno u otro lugar, música de cierto tipo, alcohol y drogas, la sociedad sigue
sin reaccionar más allá de la consternación que producen tales acontecimientos.
Pero parece que lo vemos como si de un fenómeno natural se tratara, como si un
terremoto o un huracán hubiera sido el causante, y no la conducta irresponsable
de muchas personas involucradas en diferentes grados en los hechos.
Yo
quiero centrarme hoy en una de ellas, que es la falta de una educación adecuada
de los jóvenes acerca de los riesgos del abuso de alcohol y drogas, así como de
la falta de imaginación que conduce a creer que no hay otro modo de divertirse
que participando en eventos de este tipo.
Creo
que los padres debemos hacer una seria reflexión sobre la manera que tenemos de
educar a nuestros hijos acerca de estos temas. O de no educarlos en absoluto,
que es lo que me temo que sucede en muchos casos, dejando que la corriente social
imperante en la calle sea la que forme sus conciencias en lugar de inculcarles
unos principios y valores saludables y positivos para sus vidas.
La
indiferencia, el derrotismo de pensar que "lo normal" es eso y que
hay que respetarlo, o más bien resignarse, son el caldo de cultivo que permite
que tales incidentes se repitan una y otra vez.
Después
es muy manido aludir a que las autoridades competentes no han sido lo
suficientemente diligentes, lo cual será cierto en muchos casos. Pero eso no
debe llevarnos a eludir nuestra propia responsabilidad como padres y
principales educadores de nuestros hijos. No solo en el seno familiar, donde
nadie puede hacer esa labor por nosotros, sino también en el medio escolar y en
la sociedad en general ejerciendo nuestros derechos y responsabilidades a la
hora de participar en la gestión de los centros educativos y a la hora de
elegir a nuestros representantes en las instituciones.
Que
cada cual se pregunte cuál es el ejemplo que está dando a sus hijos con su
propio comportamiento con el alcohol y otras drogas, y qué actitudes y formas
de pensar sobre estos temas está fomentando con sus palabras, y lo que es más
importante, con sus silencios.
Bernardo
Ruiz Victoria
Psicólogo
Clínico
www.programavictoria.com
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