Una de las cosas más difíciles para un adicto es
aceptar su condición de tal, es decir, que padece una enfermedad que afecta a
su capacidad de comportarse con libertad en el momento en que empieza a
consumir alcohol, o cualquier otra substancia adictiva.
En un primer momento esta falta de
reconocimiento de la realidad de las cosas lleva a muchas personas a demorar
durante años la decisión de buscar ayuda profesional y ponerse en tratamiento.
Con lo que su problema va empeorando progresivamente llegando a veces a
consecuencias irreversibles.
Lo que una persona inteligente hace si detecta
síntomas que podrían indicar que padece un cáncer, o una infección, o cualquier
otra enfermedad, es acudir enseguida al médico, hacerse las pruebas que sean
necesarias y tomar las medidas terapéuticas que se le recomienden.
En cambio, en el mundo del alcoholismo, o de las
adicciones en general, las cosas suceden al revés. En primer lugar no
identificamos los síntomas de adicción como lo que son, sino que buscamos otras
explicaciones o justificaciones para lo que nos sucede, y tendemos a verlo como
algo normal, y no como un hecho patológico que debemos hacer algo para
corregir.
Pero hay otra falta de aceptación muy grave, que
es la que conduce muchas veces a las recaídas, una vez que uno ha dejado de
beber y se siente bien.
Como no terminamos de aceptar el hecho de que,
por ser adictos no podemos llevar una vida normal a menos que estemos sin
beber, al pasar el tiempo empezamos a pensar que, ya que estamos bien, podemos
volver a beber un poco, eso si, moderadamente.
Con esa excusa, muchas personas empiezan a beber
y terminan de nuevo en la espiral de la adicción y vuelven a sufrir lo mismo o
más que cuando decidieron por primera vez dejar el alcohol atrás.
En lugar de estar contentos por habernos
liberado de la adicción, empezamos a pensar que somos unos bichos raros por no
beber, y a buscar motivos, siempre falsos, para justificarnos una vuelta al
consumo. Después los problemas vienen solos.
Si una persona miope, que ve bien gracias a las
gafas que lleva, dijera un día que no se las va a poner para conducir, porque
como ya lleva un tiempo viendo bien, no las necesita, pensaríamos que se ha
vuelto loca de repente. Porque, evidentemente, la miopía no se cura por el
hecho de llevar gafas, se corrige cuando uno las lleva puestas, pero si se las
quita sigue siendo tan miope como al principio.
Un adicto que no bebe, y que no consume otras
drogas, está bien, como cualquier otra persona no adicta. Pero la adicción no
se ha curado, simplemente se ha desactivado por el hecho de mantener la
abstinencia. Lo mismo que el miope ve bien gracias a llevar sus gafas, el
adicto que no bebe está bien gracias a que ha dejado el alcohol.
Por eso es absurdo pensar que, por mucho tiempo
que lleve uno sobrio, va a poder beber un poco sin riesgo de descontrolarse
antes o después.
Esta es otra de las trampas de la mente adictiva
que tenemos que aprender a superar.
Bernardo Ruiz Victoria
Psicólogo Clínico
www.programavictoria.com
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