Cuando una persona toma la sabia decisión de dejar de
fumar, no solo empieza a sentirse mejor a los pocos días, sino que todo el
mundo se lo nota y aplaude su decisión. Además, el fumador que deja de serlo se
siente orgulloso de su cambio y dice con alegría y convicción “he dejado de
fumar”, despertando admiración y apoyo en la gente que le rodea.
En cambio, con el alcohol las cosas son muy diferentes.
Cuando una persona deja de beber no suele resultarle
fácil decirlo con naturalidad y convicción a todo el mundo. Ni tampoco la gente
acoge con entusiasmo al que deja de beber. Muchas veces hay comentarios del
tipo - ¿pero estás enfermo? – que hacen sentir mal al que ha dejado de beber.
Como si para dejar de beber fuera necesario estar enfermo y, por lo tanto, como
si beber alcohol fuera simplemente uno de los grandes placeres de la vida a los
que el pobre enfermo no tiene más remedio que renunciar.
Nada más lejos de la realidad. Cuando una persona es
adicta al alcohol, ya está padeciendo la enfermedad adictiva, y precisamente la
única manera de liberarse de ella es dejando de beber. Por lo tanto la razón
para dejar de beber no es la de estar enfermo, en el sentido de padecer una
enfermedad común para la que el alcohol es perjudicial, sino todo lo contrario,
la de estar sano y conservar la salud precisamente gracias a la sobriedad.
Pero hay otro aspecto importante del hecho de decir con
claridad “he dejado de beber”. Al hacerlo uno se reafirma en su decisión, se
compromete consigo mismo y se pone más fácil el seguir así, evitando las
recaídas que siempre son un peligro latente en todas las adicciones.
Todos estamos mejor
sin beber alcohol, y especialmente aquellos que han llegado a estar muy mal
debido a sus efectos nocivos.
Bernardo Ruiz
Victoria
Psicólogo
Clínico
No hay comentarios:
Publicar un comentario