La semana pasada volvió
Pedro a verme. Bien es verdad que pocos días antes había fallado de nuevo a
otra cita, sin avisar y sin pedir cambio de fecha. Simplemente no apareció.
El que vino en su lugar fue
su padre, avergonzado en nombre de su hijo por su falta de responsabilidad y
preocupado porque las cosas no han cambiado mucho.
Cuando llegó Pedro volvió a
insistir en que "yo no tengo ningún problema". Reconoce que sigue
bebiendo cuando sale con sus amigos, pero que eso no tiene ninguna importancia.
Su padre me recordó que ya
en una ocasión le quitaron el permiso de conducir por alcoholemia, que cuando
bebe se desentiende totalmente de su hijo adolescente, que tiende a ponerse
violento, y que desaparece durante unas horas, o durante un día entero sin
ocuparse de nada en ese tiempo.
Pero para Pedro nada de eso
tiene importancia. El solo bebe un poco cuando sale con los amigos. Lo normal.
Y no tiene ningún problema.
Cuando me encuentro casos
así se que quién está más cerca de la verdad es el familiar y no el propio
sujeto al que su adicción le lleva a la negación de la realidad, a la
distorsión de las cosas que le pasan y a la justificación de todo.
Suele ser necesario llegar
a un punto de inflexión fuerte, a una consecuencia realmente llamativa para que
el sujeto se plantee que necesita cambiar y se ponga en marcha para buscar
ayuda terapéutica.
Pedro aún no está en ese
punto. Pero al menos ya me conoce. Sabe que le podré ayudar cuando lo desee, y
espero que lo recuerde el día en que se de cuenta de que no puede seguir así.
Bernardo
Ruiz Victoria
Psicólogo
Clínico
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