En la
historia del cine hay películas excelentes que tratan el tema del alcoholismo y
de otras adicciones. Voy a reseñar algunas de ellas.
Hoy
empezamos con una bien antigua. Realizada en 1945 por Billy Wilder, ganó cuatro
Oscar en la edición de 1946. Protagonizada por Ray Milland y Jane Wyman, la
primera esposa de Ronald Reagan.
La
película se desarrolla durante un fin de semana, de ahí el título original “The
lost weekend” que podría traducirse como “El fin de semana perdido”.
Don
Birnam es un joven educado, apuesto, elegante. Pretende ser escritor pero la
realidad es que no escribe nada porque toda su energía la dedica a buscar la
forma de beber alcohol.
Vive
con su hermano, que le mantiene y le cuida, tratando por todos los medios de
que no beba. Pero por mucho que se esfuerce no lo consigue. Don es un experto
en mentir y manipular situaciones para tener la ocasión y la posibilidad de beber.
Y no desaprovecha ninguna.
Don
tiene novia. Es una chica excelente, Helen, que trabaja en la revista Time y
que está muy enamorada de él, a pesar de su problema con el alcohol.
Don y
su hermano están preparando el equipaje para marcharse al campo a casa de unos
familiares, pero la mente de Don está ocupada en otras cosas. Sólo piensa en
beber alcohol y en no ser descubierto, ya que le tienen muy vigilado y
controlado. No dispone de dinero y su hermano ha advertido a los bares del
barrio de que no le sirvan alcohol.
A pesar
de ello vemos que nuestro protagonista tiene una botella colgando por el
exterior de la ventana, y aprovecha para beber a hurtadillas en cuanto tiene
ocasión.
Cuando
llega Helen para despedirse, Don se las ingenia para convencerla de que vaya
con su hermano a un concierto antes del viaje. Habrá que retrasar la salida
unas horas, pero no importa. Insiste tanto que una vez más se sale con la suya
y en el momento que se queda solo empieza a beber de nuevo.
Como no
tiene dinero, en cuanto se le acaba la botella que tiene escondida se empieza a
poner nervioso, pero en ese momento llama a la puerta la señora de la limpieza
que viene a recoger su paga semanal. Don ve el cielo abierto, pregunta a la
mujer dónde le deja su hermano el dinero y en lugar de dárselo a ella se lo
queda.
No le
importa dejar a la señora sin su paga y sin que pueda hacer las compras que
necesita. El sólo piensa en su próxima copa y ese dinero es el medio para
conseguirla.
Cuando
baja al bar, el dueño trata de disuadirle de que beba, pero no puede. Don le
pide que le avise antes de que den las seis para volver con su hermano y coger
el tren, pero llegado el momento está ya tan eufórico que no hace caso de nada
y sigue bebiendo. Al final su hermano se marcha solo, muy decepcionado de
nuevo. Siente que todo su esfuerzo está siendo inútil y que Don no tiene
solución.
Don
sigue bebiendo y contándole al camarero su idea de escribir una gran novela que
le hará famoso. La titulará “La botella” y en ella relatará todo lo que vive una
persona atrapada en la red del alcohol. En medio de su euforia alcohólica es
capaz de imaginar la trama y se ve a si mismo como un escritor famoso y
reconocido. Entonces sube al apartamento, se sienta en la maquina de escribir,
pone una hoja de papel en ella y escribe el título y la dedicatoria. En ese
momento se queda en blanco. No es capaz de teclear una sola palabra más.
Necesita
beber algo para poder escribir - piensa - y recuerda que tiene una botella
escondida en alguna parte. No sabe donde, pero tiene que estar en algún lugar.
Empieza a buscar por la casa, abre armarios, vacía cajones, mueve los muebles,
y acaba dejando la casa hecha un desastre, y la botella sin aparecer. Su
ansiedad va en aumento. Se muere por una copa. Y de pronto ve la solución. La
máquina de escribir es su única pertenencia. Así pues sale con ella y busca un
lugar para empeñarla y conseguir unos dólares que le servirán para tomar esas
copas que ahora siente que necesita más que el aire que respira.
“Una
copa es demasiado, cien no son suficiente” le dice el dueño del bar en un
último intento de disuadirle de que siga bebiendo. Pero a Don ya no hay quién
lo pare. Cuando se le acaba otra vez el dinero siente de nuevo la misma
ansiedad y necesidad de beber.
Armándose
de valor entra en un local muy elegante y pide varias consumiciones mientras
espera el momento de conseguir el dinero para pagarlas. La ocasión se le
presenta al ver a una pareja en la mesa de al lado que están tan ensimismados
el uno con el otro que no se dan cuenta de que Don se apropia del bolso de la
muchacha y se va al servicio para extraer de él unos dólares robados. Al salir
del baño se da cuenta de que ha sido descubierto. Es expulsado por la fuerza
del bar entre insultos y burlas, pero habiendo conseguido lo que quería: beber.
A
continuación acude a casa de una amiga, una mujer que estaría encantada de
salir con él, a pesar de los desplantes que Don le hace sin cesar, pero en este
momento él sólo piensa en el dinero que puede pedirle prestado para seguir
bebiendo. Ella se lo da y él continúa bebiendo más y más.
Entonces
se tropieza, cae por una escalera y cuando despierta se da cuenta de que una
ambulancia le ha llevado a un hospital, a la planta donde ingresan a las
personas que se encuentran en la calle en estado de intoxicación alcohólica.
Horrorizado por verse allí, por la posibilidad de que se llegue a saber dónde
ha terminado y por lo que ve en las demás personas allí recogidas, quiere salir
de ese lugar lo antes posible. No puede. No se le permite salir hasta que un
familiar le recoja. Y como eso no lo quiere bajo ningún concepto se las ingenia
para escapar.
Al
salir lo primero que hace es buscar una tienda de licores. Está amaneciendo y
están empezando a abrir. Cuando encuentra una abierta, entra y se lleva una
botella sin pagarla, tras amenazar al dueño.
Vuelve
a casa, agotado y derrotado. Sin dinero, sin dignidad. Abre la puerta y ve los
destrozos que ha causado en el apartamento cuando buscaba la botella
desaparecida. Enciende la luz y se deja caer en la cama. Ya no tiene fuerzas
para más. Pero al mirar hacia arriba ve una sombra que le llama la atención. La
botella está oculta en la lámpara del techo. De repente siente una enorme
sensación de alivio y se hace con la bebida. Se la toma a toda prisa y pronto
cae en una especie de letargo en el que pasa unas cuantas horas.
Al
despertar le llama la atención un ratoncito que asoma la cabeza por un agujero
en la pared que hay frente a él, a media altura. Le parece tierna la imagen y
sonríe al verla, pero pronto ve también a un enorme pájaro negro que revolotea
por la habitación. Se asusta. Se angustia. No puede moverse del sofá y siente
al pájaro volando sobre su cabeza, se siente amenazado. Grita, llora, gime.
Entonces ve al ave lanzarse en picado hacia el ratón, atacarle y matarle.
La
visión no es más que una alucinación, un delirio provocado por el alcohol, pero
Don lo vive como si fuera real. El ratón grita desesperado y Don también grita
lleno de angustia hasta que, agotado, cae de nuevo en un estado de
inconsciencia.
Se
despierta al escuchar a Helen que intenta abrir la puerta y entrar en el
apartamento. Don se levanta e intenta impedírselo echando la cadena de
seguridad, pero el cuerpo no le responde y cae al suelo antes de lograrlo.
Cuando ella logra entrar hablan un rato largo. Helen trata de ayudarle, de
apoyarle, de comprenderle, y al cabo de un rato acaba quedándose dormida. En
ese momento Don aprovecha para salir del apartamento llevándose el abrigo de
piel de su novia. Ella se da cuenta y le sigue, viendo que entra en una casa de
empeños y sale sin el abrigo. Se enfrenta con él, discuten y Don acaba
diciéndole que le deje en paz y que no quiere saber nada más de ella.
Helen
entra en la tienda de empeños y descubre que Don no ha pedido dinero a cambio
del abrigo. Lo que ha hecho es rescatar una pistola que había empeñado tiempo
atrás. Helen comprende que está pensando en suicidarse y va tras él. Consigue
llegar al piso cuando Don está a punto de volarse los sesos y, milagrosamente,
consigue que cambie de idea, que vea sentido a su vida y que deje el alcohol.
Un final feliz en el que el amor triunfa sobre la adicción.
Bernardo
Ruiz Victoria
Psicólogo
Clínico
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