Siempre digo que la adicción es la enfermedad de
la mentira. Y también de la soberbia. Uno llega a engañarse tanto a si mismo, y
a tratar de engañar tanto a los demás que termina casi por creerse sus propias
mentiras y no ser capaz de distinguir la realidad de la imaginación.
En estos días se está juzgando a un famoso
torero que causó la muerte de un conductor con el que colisionó frontalmente,
saliendo él mismo vivo de milagro del accidente.
El caso es que al analizar su sangre en el
hospital, mientras los médicos trataban de salvarle la vida, se descubrió que
tenía una concentración de alcohol en sangre, lo que conocemos por grado de
alcoholemia, varias veces superior al límite legalmente establecido para
conducir.
En cambio, a pesar de la evidencia fáctica, el
sujeto continúa afirmando que él no bebió nada, o en el peor de los casos que
se mojó ligeramente los labios con un poco de cava.
El alcohol en la sangre no aparece por
generación espontánea, no surge de la nada. Una concentración tan alta de
alcohol en sangre solo puede venir de una ingesta de bebidas alcohólicas, pero
aún así nos encontramos con un sujeto que lo niega y lo niega.
A mi me recuerda casos que he vivido en la
consulta. Pacientes que niegan su consumo de alcohol incluso frente al
resultado de un alcoholímetro aplicado varias veces seguidas. Y nada, que yo no
he bebido.
Si el paciente se baja del burro, reconoce que
tiene un problema y acepta ponerse en tratamiento, acaba confesando la verdad y
asumiendo que había bebido esa vez, y muchas otras en la que lo había negado
hasta la saciedad.
Y es que la mentira es parte esencial de la
enfermedad adictiva, y uno de sus síntomas más frecuentes.
Para salir de la adicción hay que romper el
círculo vicioso de las mentiras y los autoengaños. Y para eso hace falta
valentía, honestidad, y sobre todo, ayuda terapéutica.
Bernardo Ruiz Victoria
Psicólogo Clínico
www.programavictoria.com
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