Vivimos en una sociedad muy tolerante con el consumo de alcohol. Somos un país productor de bebidas alcohólicas, de vinos que se venden por todo el mundo, de cerveza y muchas otras variedades de líquidos contenedores de etanol.
No hay fiesta, celebración o evento de cualquier clase que no incluya como parte consubstancial el alcohol de una u otra forma. Desde la clásica copa de vino español en un acto oficial o con pretensiones de formalidad, hasta el botellón olímpico que organizan miles de jóvenes con las más diversas excusas en muchas ciudades españolas.
Y en ese entorno sociocultural, algunas personas tienen que lidiar con su problema de adicción, y vivir sin alcohol si quieren mantener una vida digna de tal nombre.
Porque cuando una persona es adicta al alcohol es porque ha perdido la capacidad de regular su consumo dentro de unos límites moderados, y porque ese consumo descontrolado va acompañado de todo tipo de consecuencias negativas para su salud, su familia, su autoestima, su vida profesional y un largo etcétera que no quiero repetir hoy una vez más.
Cuando una persona empieza a darse cuenta de que tiene un problema con el alcohol, una de sus justificaciones más habituales es la de pensar que - dado que todo el mundo bebe, es lo normal - yo no puedo dejar de beber sin perderme lo más hermoso de la vida social.
Falso, como tantas mentiras que el adicto va generando en su mente como consecuencia de su propio problema, porque lo cierto es que solo dejando de beber podrá llevar una vida sana y equilibrada, incluso en el terreno de la vida social.
Claro que hay que aprender a decir que uno no bebe, con naturalidad y con firmeza. Como el que deja de fumar lo dice con un sano orgullo que genera admiración en muchas otras personas.
Y al dejar de beber, se da uno cuenta de que hay muchas personas abstemias por el mundo, que tan normal es beber alcohol como no beberlo, y en los casos en que es necesario, no solo es normal sino que es la única opción sensata, responsable y saludable.
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