Una de las barreras que más cuesta saltar a los pacientes que atiendo es la de la soberbia.
En primer lugar, el paciente adicto tiende a no reconocerse como tal. Puede aceptar que bebe, incluso que bebe en exceso. Puede aceptar que el alcohol le causa problemas en su vida. Pero aceptar que es adicto ¡¡¡uffff!!! eso cuesta mucho.
Y peor aún si el término que empleamos es el de alcohólico. Entonces aún menos.
Además, yo lo dejo cuando quiera, suelen pensar.
Y como esa es una verdad a media, porque cualquier adicto puede pasar unos días sin beber. Puede costarle más o menos, a veces nada, pero lo puede conseguir. Pero eso no significa que haya superado su enfermedad adictiva. Simplemente significa que ha entrado en una fase de no consumo, pero liberarse de una adicción va mucho más allá del hecho de no consumir.
Por eso, la falta de humildad lleva muchas veces a la recaída. Como no aceptamos nuestra condición de adictos, creemos que con el paso del tiempo las cosas serán diferentes. Es decir, que podremos beber un poco sin perder el control y sin sufrir de nuevo todas las consecuencias que ya conocemos.
Y por eso mismo, la terapia para la adicción tiene que ir más allá que el simple consejo de dejar de beber, que es imprescindible por otro lado.
El paciente tiene que asimilar humildemente su condición de adicto y su vulnerabilidad en determinadas circunstancias que debe conocer. Tiene que prepararse para hacer frente a las situaciones de riesgo, las que podrían generarle de nuevo el deseo de beber, y aprender a manejarlas con éxito para evitar las recaídas.
Si la mentira y el autoengaño son uno de los pilares que sustentan la enfermedad adictiva, la soberbia es otro muy importante. Y como remedio para ambas, la verdad y la humildad. Y trabajar todo esto en la terapia sin olvidarse nunca de que el peligro está siempre latente.
Bernardo Ruiz Victoria
Psicólogo Clínico