La sabiduría popular
ha acuñado refranes y dichos como por ejemplo que beber "alivia las
penas", y es cierto que el dolor de alma es muchas veces un desencadenante
de consumo de alcohol, incluso en personas no habituadas a un beber social.
Cuando uno sufre de
un profundo malestar emocional, un estado de ansiedad, o una gran tristeza, es
cierto que puede encontrar un cierto alivio bebiendo alcohol. Lo malo es que,
como todo lo aparentemente bueno que ofrece la bebida, al cabo de un tiempo el
alivio desaparece y por una especie de efecto péndulo, la persona se siente aún
peor.
Si este círculo
vicioso se repite muchas veces la persona puede quedar totalmente atrapada en
él, aumentar su estado de ansiedad o depresión, y beber cada vez más para
intentar compensalo, sin nunca conseguirlo del todo.
Es como el náufrago
que bebe agua del mar para calmar la sed. Al cabo de un rato la sed es aún
mayor y la situación empeora inexorablemente.
Muchas veces la
persona acude al médico, le cuenta sus problemas de ansiedad o sus síntomas
depresivos, pero omite el asunto del alcohol. Como consecuencia de ello, puede
que el médico le prescriba ciertos fármacos que serían muy apropiados en una
persona que no beba, pero que con el alcohol alteran totalmente sus efectos
haciéndolos muy perjudiciales en muchos casos.
En conclusión, si
tienes penas del alma, busca ayuda en un buen amigo, o en un buen psicólogo,
pero no caigas en la trampa de amortiguar el dolor con el alcohol, porque las
penas siempre salen a flote y cada vez con más fuerza, añadiendo además el
problema de la adicción a los que ya pudieras tener anteriormente.
Bernardo Ruiz
Victoria
Psicólogo Clínico
No hay comentarios:
Publicar un comentario